jueves, 20 de agosto de 2009

Sangre uruguaya derramada por Euskal Herria

A Roberto Facal, Fernando Morroni, Pakito Arriaran porque viven en nosotras y nosotros.

Ramon Sola | Boltxe.Info

Fernando Morroni sólo tenía 24 años, los mismos que Iñaki Ormaetxea cuando fue abatido por la Guardia Civil en Morlans, también en un mes de agosto de 1991. Norma habló para GARA mientras visitaba a Blanca Antepara, la ama del militante de Urbina Iñaki Ormaetxea. Tenían muchas cosas que compartir. Pero antes Morroni narró su historia, que sigue muy fresca en la memoria de Euskal Herria. El sábado al mediodía habrá un acto de recuerdo en Bilbo, quince años después de lo que en Uruguay se conoce como «la matanza de Jacinto Vera».

¿Cómo era su hijo, Fernando Morroni?

Era un buen chico. A veces pienso que se llevan a los buenos y a los malos los dejan aquí para que sigan haciendo sufrir. Trabajaba, estudiaba, hacía deporte, le gustaba tomar mate con sus amigos, tocar la guitarra y el tambor… El año anterior había muerto su padre, se nos quedó en una operación de corazón, y Fernando tomó las riendas de la casa. Hasta aquel día…

Recordemos lo que pasó. Había tres vascos en huelga de hambre en Montevideo…

Sí: Goitia, Lizarralde e Ibáñez. Recuerdo que fue muy sonado, estábamos oyendo la radio durante el día y nos sentíamos solidarios. Ante el Hospital Filtro se hacía una vigilia, nada más, y la gente llevaba agua caliente para hacer el mate, «chiquilines», mantas, lo que fuera… Fernando seguramente ya había empezado a ir al Hospital Filtro con sus amigos, pero no me había dicho nada porque me ponía nerviosa. Aquel día vino a casa y le pregunté: «¿Qué vas a hacer hoy, negro?». Me contestó: «Me voy a descansar, mamá, vengo muy cansado y a la noche tenemos un cumpleaños».

Yo soy muy «gallina», ¿sabes? Los jóvenes piensan que quieres controlarles, pero no, quieres saber dónde están para sentirte tranquila. Así que ya sabiendo que todos estaban en casa, me fui a hacer unos recados. Pero a la vuelta Fernando ya estaba levantado y con dos amigos. Le dije: «Pero hijo, ¿no dijiste que ibas a descansar?». «No, mamá, nos vamos para el Filtro». «Tened cuidado, porque aquello está horrible, van como locos», le pedí. Sé que lo dije, pero en realidad nunca hubiera pensado que fueran a tirar balas por encima de la cintura ni a cargar a caballo, a sablazo limpio…

Esa es entonces la última vez que lo vio con vida…

Lo peor fue a partir de las 8 de la tarde. Decían que eran balas de fogueo, pero nada de eso, eran de verdad. Yo me quedé en casa esperando, y a eso de la una de la mañana oigo que llaman sus amigos: «¡Fernando!» «¡Pero si salió con ustedes!», les dije yo. Ellos me contaron que empezaron a correr… y que ya no lo vieron más. A mi hijo le habían metido once o doce balazos en el cuerpo. Todos por la espalda.

¿Alguna autoridad le explicó algo? ¿Cómo lo justificaron?

Fuimos a comisaría, ya estaban pidiendo que acudieran familiares de Fernando. Me decían: «Venga usted, señora, vamos a hablar primero». Y yo: «Luego. No quiero hablar con nadie, sólo quiero ver a mi hijo». Fue lo más espantoso que se pueda imaginar: retiraron una plancha de metal y ahí estaba, blanco, frío, era un puro agujero. Un joven que había salido de casa saltando, lleno de vida, y me lo devolvieron así. ¿Con qué se calma a una madre en ese momento?

Desde esta Europa en la que vivimos, cuesta entender tal ola de solidaridad con una causa tan lejana como la nuestra.

Me lo han preguntado muchas veces. Para nosotros defender el derecho de asilo era normal. Fueron vascos, pero podían haber sido de otros países, emigrantes… Y lo mismo pasa con Fernando: murió él, pero pudo ser cualquiera, porque tiraron a matar. Pero sí es cierto que nosotros mismos nos quedamos asombrados por lo que pasó y por cómo atacaron, a caballo, gritando con todas sus fuerzas. A aquello se le llama desde entonces «la matanza de Jacinto Vera», que es el nombre del barrio en que ocurrió. Dicen que aquella extradición era una operación de intercambio de personas por material y que quizás por eso actuaron así. Pero no lo sé, habría que preguntárselo al Gobierno.

¿Qué supo de los vascos?

Me acuerdo del velatorio, aquello se llenó de gente de sindicatos, estudiantes, organizaciones sociales… Entonces me dijeron que había un grupo de vascos y querían saber si les permitía estar allí, pero tenían duda de si estaría molesta. ¿Cómo no les iba a dejar? Claro que sí. Los vascos también eran víctimas, como nosotros.

¿Por qué actuó la Policía con tanta saña? ¿Tiene alguna tesis al respecto?

No, no lo sé. Se dijo que querían dar un escarmiento. Seguramente actuaron así porque piensan que tienen el poder, pero se equivocan, no lo tienen. No se dieron cuenta de que con ello sólo lograron endurecer más a la gente. En mi caso concreto, soy una madre a la que sacaron de su casa y de sus platos para denunciar lo que pasó. Y luego estuvo lo de Roberto Facal, otra historia que también debo contar.

Fue el segundo muerto en aquellos días del Filtro…

Roberto era un concejal de barrio, su casa estaba a sólo dos cuadras del Filtro. Dijeron que tenía en su casa una bandera vasca con un crespón negro, así que supongo que sería la ikurriña. Iba y venía del Filtro durante todo el día, siempre con una cámara de fotos. Se supo que llamaron al timbre y cuando salió lo mataron a puñaladas, once puñaladas. Luego, encima quisieron ensuciar su memoria [inicialmente se intentó presentar la muerte como un crimen pasional]. Por cierto, la cámara que llevaba desapareció.

Cada año se recuerda aquello con una manifestación en Montevideo. ¿Le consuela que no se haya olvidado a su hijo?

Es una de las pocas movilizaciones a las que no hay que hacer llamados, porque todo el mundo sabe qué día es y cuál es el motivo. Este año vine aquí, pero con la condición de que el día 24 estoy ya allí, en el acto de Montevideo. Si no voy a la marcha de mi hijo, de verdad que me muero. Participo en un grupo de derechos humanos que se llama Plenaria Memoria y Justicia: reivindicamos la memoria de los fallecidos y hacemos escraches [concentraciones ante los domicilios] frente a los represores, y hemos conseguido resultados en algunos casos. Pero siguen en su casa, ¿por qué no en una cárcel?

¿Qué está sintiendo a su paso por Euskal Herria?

Siempre aprendes cosas. Yo no hablo de lo de aquí, pero observo. Y sobre todo observo a las madres, porque sé lo que me pasó a mí y las entiendo. El otro día en Azkoitia las veía ahí, con esas caras arrugaditas, pero siguen y siguen y siguen… Allí a muchas madres les llevaron sus hijos, los desaparecieron. Y siguen buscando, haciendo excavaciones… Eso es muy duro, es una agonía más lenta. Yo tengo al menos un lugar donde llevar las flores, pero ellas no saben siquiera si los tiraron al mar desde un avión.

A mí me costó venir, para mí es todo un vértigo, pero tenía que agradecer tanto afecto. Todos quieren que esté un ratito con ellos y no me van a caber los regalos en el avión. Ayer una señora se me acercó y dijo que me vio en una foto en GARA. Una hubiera preferido seguir anónima, porque así tendría a mi hijo. Yo ya no me reconozco desde entonces. Tocaron donde más le duele a una madre.

Manifestacion en homenaje a los martires del FILTRO ,




Un video de crezano




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