viernes, 13 de mayo de 2011

Otro mega atropello


Se realizó este jueves un nuevo operativo policial de saturación. Esta vez fue en Canelones, sobre la vieja Ruta 5 pasando Las Piedras, en una zona conocida como Corfrisa




Los tupamaros y su apuesta a “la realidad”

Las palabras y los championes



Escrito por: Alma Bolón
Viernes, 13. Mayo 2011

Un discurso que encuentra su colchón en la inseguridad y la falta de pragmatismo político para solucionar asuntos de “la realidad” ha empezado a instalarse: quienes piensan y cuestionan estarían en una especie de torre de marfil y no entienden que los pobres ya no roban para comer, por ejemplo, sino que son “lumpen consumidores”. Ese discurso desprecia otro tipo de análisis: al hombre que se sienta a pensar en las causas culturales o sociales de cierta realidad.
I. Ser humano, ser hablante, ser polÍtico.
Contrariamente a lo que podría esperarse, Aristóteles no se refiere al lenguaje como propiedad humana en la Poética o en la Retórica, sino en la Política. Es en esta obra, dedicada a discutir la organización de la polis, sus gobiernos, sus ciudadanos, sus revoluciones y su educación, que aparece la famosa distinción: los animales expresan mediante su voz el dolor o la satisfacción; en cambio, los animales humanos discriminan con la palabra el bien y el mal, lo justo y lo injusto. De esta manera aparece sellado un triple e indisoluble destino: ser hombre, ser hablante, ser político.
Como se sabe, siglos más tarde, el llamado humanismo consistirá sobre todo en la promoción, a través de las palabras, del “Hombre” y de sus lenguas, del “Hombre” y de sus obras de lenguaje. Nótese que hay movimientos que atraviesan diversas artes (el romanticismo se encuentra en la literatura, pintura, escultura, música; el barroco en la literatura, arquitectura, pintura, música, etcétera), pero el humanismo se centra en la consideración de la palabra. Sus obras son obras de lenguaje, renovándose de este modo la indisoluble alianza de hombre y lenguaje.
Sin embargo, la distinción aristotélica (entre el animal provisto de grito expresivo de placer o de dolor y el animal humano provisto de las palabras, eminentemente políticas, con que distingue lo justo de lo injusto) está lejos de zanjar el problema. Como ha observado Jacques Rancière,1 una vez caracterizado el animal por el grito y el animal humano por la palabra articulada, ¿quién dictamina qué es mero grito y qué es palabra articulada?
Sobran ejemplos de este litigio constitutivo de la política, que procura expulsar al otro de lo humano y lo animaliza al oír su palabra como simple ruidaje o como “emoción” fuera del logos, fuera de la razón: pura “irracionalidad”. Dice Martín Fierro: “El campo es del inorante/ el pueblo del hombre estruido;/ yo que en el campo he nacido/ digo que mis cantos son/ para los unos… sonidos/ y para otros intención”.2
Atravesada por ese desacuerdo inherente a su condición política (para algunos ruido animal, para otros logos humano), la palabra es la oportunidad que tienen los que no cuentan de desviarse de un destino puramente “natural”, y de empezar a contar: empezar a estar entre los que cuentan en la sociedad.
 II. Hechos, palabras, tupas.
Desde sus inicios, el mln Tupamaros mantuvo con las palabras una relación vergonzante. En la confluencia de variadas vertientes (positivista, “marxista”, mística, mágica) se forjó la máxima “los hechos nos unen, las palabras nos separan”, de seducción arrolladora.
(Esa consigna era obviamente entendida por sus seguidores como la marca diferenciadora del mln dentro de la izquierda, como la marca que declaraba la diferencia con quienes se la pasaban hablando y peleándose sin hacer nada. Su seducción arrolladora exigía admitir una cadena de presupuestos y de reducciones: discutir es no hacer nada, manifestar es no hacer nada, presentarse en las elecciones es no hacer nada, los hechos de los otros no son hechos sino palabras, los únicos hechos que son hechos son nuestros hechos, nuestros hechos son hechos incluso cuando son palabras, etcétera.)
Claro que, sin ninguna duda, las palabras separan, lo dice más arriba Martín Fierro. También alteran, convierten en otro: el “yo” llama “tú” a otro “yo” para quien es “tú”. Si por esta alteración inherente al hablar uno ni siquiera logra coincidir plenamente con uno, ¿cómo coincidir con otro? Si las palabras lo único que traen son más palabras que traen más palabras, ¿cómo romper el cerco de la palabresca inacción? La consigna del mln Tupamaros proponía una salida: los hechos.
De este modo, se desconocía que las palabras pueden ser una forma de acción y que los hechos son aprehensi­bles, es decir inteligibles, gracias a las palabras. “Los hechos son porfiados pero no dicen nada”: con esa boutade, el lingüista Paul Henry solía burlarse de los adoradores de los hechos, de los creyentes en su elocuencia soberana.
Por supuesto que aquella máxima que proponía trascender la palabra separadora y aposentarse en el hecho aglutinador era impracticable: no había (no hay) modo de experimentarla, fuera de los ritos religiosos o de los éxtasis místicos. Sin embargo, esa máxima, como conjunto de palabras que era, constituyó un hecho político mayor, aglutinador de numerosos militantes que con inmejorable candor condenaban a las palabras recurriendo a palabras primorosamente dispuestas en paralelo y en doble antítesis (“las palabras nos separan // los hechos nos unen”). Dicho de otro modo, desde el inicio, el mln Tupamaros ocupó y laburó el lugar común que opone “palabras” y “hechos”, y devalúa el primer término en beneficio del segundo. Así, las palabras fueron repudiadas en nombre de la acción, repudio que sólo pudo acaecer hecho palabra.
En efecto, tan fuerte como el repudio fue su ejercicio entusiasta, que se manifestaba no sólo en la profusión de documentos de discusión, sino sobre todo en el despliegue de una lengua poética, anunciada ya desde el nombre propio –Tupamaros– cuya sonoridad claramente se destacaba de los más sosos y descoloridos Partido blanco, Partido Colorado y, luego, Frente Amplio. Esa atención a las palabras también estuvo presente en consignas (“No quedará piedra sobre piedra…”), en los nombres que recibían las operaciones (el Abuso, Paloma, Estrella, incomparables con el comparable “operativo de saturación policial”), o en la selección de seudónimos destinados a la publicidad (entrevista a Urbano).
La condena a la palabra, lejos de inhibir su recurso o desatender su advenimiento, convivió con su culto. Los tupas eran esos que andaban hablando mal de las palabras, a menudo con notorio talento literario. También en eso se fue romántico.
Como herencia notoria de ese estado de cosas, hoy está Fernán­dez Huidobro quien, sin separarse del título de escritor con que gusta presentarse en la prensa, se complace en el juego literario, en sus fórmulas extremadas, en sus metáforas, en sus giros percutantes, mientras cada tanto lanza una diatriba contra las letras y los letrados, evidentes encarnaciones de lo inútil y/o pernicioso para la patria productiva.3 Otro heredero notorio del arte de denigrar y de practicar en simultáneo es José Mujica, quien llegado a la Presidencia por el camino de los dichos pintorescos, no logra parar de decir que hay que parar de decir.
III. Mar de letras, ojos rotos, lumpen-consumidores.
Días atrás, Eduardo Bonomi volvió a incurrir en el viejo vicio de denigrar y de practicar. Refiriéndose a “la seguridad”, fustigó “dos visiones equivocadas”: la de quienes convierten el asunto en tema electoralista y están juntando firmas y la de quienes están “por arriba de la realidad” y andan “en un mar de letras” y no se dan “un baño de realidad”, de “esta realidad (que) rompe los ojos”, “esta realidad (que) te pasa por arriba”.4 (Hay que suponer que entre los atropellados por “la realidad” se encuentran quienes no consideran que razias y mano dura deban ser ejes del tratamiento del tema.)
Nuevamente, un viejo tupa recurre al viejo lugar común, a la vieja superstición sobre una realidad que alcanza con detenerse a mirar para quedar irradiado por su verdad, como un sol maligno que hablara por sí mismo, nombrando y explicando el sentido de su malignidad. Sin embargo, salvo en los universos literarios o mágicos, “la realidad” nunca habla por sí misma: sólo en las fábulas hablan los no humanos, los objetos, los animales, los lugares; sólo en el pensamiento mágico un objeto puede tomar la palabra y hablar para explicarse.
El viejo lugar común del letrado animalizado (ratón de biblioteca) adopta ahora una forma casi ictícola, especie de ser marino que “anda en un mar de letras”, en lugar de darse, como corresponde al ser humano, “un baño de realidad”.
Sin duda estas declaraciones
–estas palabras– podrían ser tomadas como ocurrencias del viejo lugar común denigratorio de la palabra y adorador de “la realidad”, lugar común en este caso bastante mejorado por la linda metáfora del “andar en un mar de letras”.
El asunto podría quedar en esos términos, en un simple constatar la duración de un vínculo vergonzante con las palabras. Pero sucede que el lugar común es invocado para hablar de “la seguridad” y de “los lumpen-consumidores”, personas que, según Bonomi, no roban para comer sino para comprar objetos de consumo (championes, mp4, celulares, etcétera).
En repetidas oportunidades, Bonomi ha denunciado esta categoría de personas que no se avienen a trabajar por ocho mil pesos, y que entonces recurren al robo para procurarse dinero. Según ese razonamiento, estos malos pobres están enfermos de consumismo, ya que no se resignan a no consumir lo que otros sana y honestamente consumen. Dejando de lado la justeza sociológica que, al oponer dramáticamente a quienes “trabajan” y a quienes “roban”, desconoce las combinaciones, gradaciones, matices y ambigüedades posibles entre ambas actividades, dejando de lado su (in)justicia social y su derechismo ideológico, vale la pena considerar la oportunidad del asunto.
En efecto, en la misma oportunidad en que un ministro denuncia una conducta de consumismo, es decir una conducta no mediada, una relación directa entre el individuo y el objeto, una conducta en que no hay lugar para la mediación –la separación– que establecen las palabras entre las personas o entre las personas y las cosas, en la misma oportunidad en que denuncia el consu­mismo –momento de pura y parca incorporación–, justo en esa oportunidad el ministro vuelve a condenar a los letrados, vuelve a imputarles su incapacidad para renunciar a las palabras, es decir a las mediaciones, vuelve a escarnecer su incapacidad para entrar en contacto directo con los objetos –“la realidad”– y a denunciar su vocación de contar con las palabras.
El caso no es novedoso, sino típico de gobiernos cuyo “proyecto educativo nacional” consiste en regalar computadoras y cuyo logro educativo invocable es haberlas regalado. Abusando de algunos términos, se hizo como si se creyera que la “alfabetización digital” era la manera contemporánea de la alfabetización a secas (la que permite leer y escribir); como si los sentidos de las cosas y de los hechos por los que circulamos al leer y al escribir quedaran mágica­mente transitables al prender una computadora propia; como si se creyera que el niño rico y el niño pobre se diferencian en la posesión de un artefacto electrónico.
Y al fin de cuentas, ¿por dónde pasa la diferencia entre quienes aspiran al contacto directo con “la realidad”, contacto no mediado por las palabras que inevitablemente separan, y quienes aspiran al contacto directo con “la realidad” a través del consumo directo de sus objetos más cercanos, a través de la incorporación de sus objetos más “reales”? Championes, mp4, celulares, com­putadoras: dechados de realidad al estado puro, sin palabras que separen, dechados de mortífera pureza, de la que desertifica y hace desertar de los lugares de la palabra.

1.         Por ejemplo, en los dos capítulos iniciales de El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996.
2.         La vuelta de Martín Fierro, capítulo I.
3.         Para botón, alcanza una muestra: “Por eso es patético que la juventud uruguaya elija seguir estudiando contaduría, derecho, politología (¿) etcétera. A esta altura debemos sospechar vehementemente que los que saben matemáticas lo ocultan y tratan de que nadie ‘agarre’ para ese lado… Una especie de subrepticia reserva de un colosal mercado. Incluso deben auspiciarnos en secreto para que nos dediquemos al derecho, la literatura, la politología y demás tipos de disciplinas alérgicas a la ciencia dura y, por supuesto, a las matemáticas no digamos superiores porque ello sería imposible en Uruguay, sino simplemente medianas (…).” E Fernández Huidobro, La República, 31-XII-09.
4.         Tomado de la página electrónica de El Espectador, documento sonoro del 6 de mayo de 2011.





Chocolate por la noticia
Del pan a los Nike
No roban para comer, roban para comprarse championes. Más o menos así fue la frase del ministro del Interior, refiriéndose a esa peste juvenil que tiene en vilo a los medios de comunicación y, por inferencia lógica, a todos los espectadores y/o escuchas, que generalmente pagan por sus championes.
La frase exculpa sin decirlo expresamente a los chorros por necesidades básicas, los descendientes de aquel Jean Valjean que por robar un pan propició una serie de desventuras, aventuras y ternuras tan grande como para que Victor Hugo escribiera Los miserables (uno de esos libros gordos y maravillosos que hoy ya casi nadie lee). Hoy un alma exquisita como la de Victor Hugo se quedaría sin inspiración directa de la realidad, porque los que roban allá en Francia también lo hacen por championes o cadenas o i pod, o droga, o vaya a saberse qué otro objeto suntuario de consumo. Sacar de cualquiera de esos voleurs el altruismo, la generosidad y el coraje de Jean Valjean va a estar más que difícil.
Lo raro no es la frase del ministro, lo raro es que se tome como una revelación, o como un dato importante, o como algo que levanta una frontera entre un supuesto “chorro moral” –el Jean Valjean nativo, si lo hubiera, a quien cabe disculpar su quebrantamiento de la ley en función de lo imperioso de su necesidad básica– y ese otro chorro consumista, coqueto, que roba para tener unos championes. En tiempos de Jean Valjean no sólo las hambrunas eran temibles –alguna que otra revolucioncita causaron, ¿no?– sino que difícilmente a un pobre se le ocurriera que podía llegar a usar los zapatos que usaban los nobles o los burgueses ricos. No sólo eran o parecían ser –al tenor de lo que se exhibe en las películas de época o catálogos de museos– totalmente incómodos para el trabajo físico, el largo caminar y hasta el huir (deportes muy arraigados entre los pobres) sino que todo lo atinente a la vestimenta y la apariencia de los ricos era, simplemente, algo de otro mundo. Otro mundo al que los pobres raramente asistían, cuya representación física era imponente, lejana, inaccesible.
¿Hay que decir que eso no sucede más? ¿Que la representación del mundo, su imagen, sus posibilidades, sus promesas, sus invitaciones, vía los medios de comunicación sobre todo, pero no solamente, es la misma para todos? Seguro a mi tatarabuelo no se le movía un pelo porque los abrigos de piel del zar de todas las Rusias eran infinitamente más abrigados y suaves que el poncho que él usaba en sus cabalgatas invernales. Es más, seguramente mi tatarabuelo no vio del zar, y eso si es que vio, algo más que su imagen desteñida en un periódico. Hoy todo el mundo ve todo lo de todo el mundo, y lo que ve, porque es lo que se muestra más, es el esplendor de un consumo voraz que no sólo crece y crece, sino que además convence de que es lo mismo, o casi, tener que ser. Si tienes, eres. Si no tienes, no eres, es decir, no existes. Los jóvenes que delinquen, esa excrecencia connatural al mundo capitalista enancado en el consumo desaforado, aceptan como todos los demás las reglas del universo de la oferta, del “ser es tener”. No se rebelan contra ellas, sólo las acatan a su manera; si no puedo pagarlo me apropio de eso o del dinero necesario para pagarlo, pero lo peor es no tenerlo, porque entonces no soy. Y construyen además sus signos identitarios, que decidirán si hay que usar tal o cual marca de championes, esas camperas y no otras, al igual que escuchar tal música o matarse y matar por tal cuadro. Claro que algunos de ellos accederán a las camperas y los championes distrayendo de sus magros salarios –porque trabajan– una buena parte que precisarían para fines más encomiables. Otros encontrarán que ese camino es muy largo y no vale la pena, cuando robar es más rápido.
¿Qué canasta básica, qué capacitación para el trabajo puede solucionar ese asunto? ¿Se puede construir un universo de valores que eleve la austeridad por sobre el derroche, la solidaridad por sobre el quiero ya y lo tomo ya, la valoración de la convivencia por sobre la breve borrachera épica de la delincuencia precoz? Difícil para Sagitario, para la Banda Oriental y para el universo todo que sólo repite –amplificado o achicado, depende del contexto–, lo que viene afligiendo a nuestras autoridades, nuestros medios de comunicación y nuestra sensibilizada opinión pública. Porque lo que está claro es que la búsqueda de ese “universo de valores” no impedirá que sigamos bailando la ronda interminable del consumo –y menos ahora que viene el Día de la Madre–. En todo caso, prediquémoslo para “ellos”. Hay que convencerlos de que la austeridad y la pobreza siempre se vieron bien juntas.




Estigmatizan un barrio entero, se llevan a gente que no tiene nada que ver. La conclusión que saco tras los resultados es que vivo en el mejor barrio del mundo: desplegaron 300 policías entrando a todas las casas y encontraron un arma en dos días. Otra cosa, después de un operativo como éste es muy difícil ir a pedir un trabajo y decir que sos de La Cruz de Carrasco.


 Viernes 13.05.2011
Operativo de saturación en Las Piedras: buscan droga

Allanamientos. Detienen a once personas y se incautan de marihuana y pasta base
FEDERICO CASTILLO

El primer megaoperativo policial en Canelones trajo como resultado la detención de 11 personas y la incautación de 775 gramos de marihuana, una tiza de pasta base y un arma de fuego. Se recuperaron objetos robados.

Esta vez no hubo ruido de helicópteros que alertaran a los vecinos sobre un nuevo operativo de saturación, pero decenas de policías a caballo, en motos y a pie fueron suficientes para romper la calma matutina del asentamiento Corfrisa, en los accesos de Las Piedras.

A las 8 de la mañana el movimiento era nulo. Sólo unos pocos patrulleros que llegaban y estacionaban en calles laterales advertían que algo iba a pasar. Minutos más tarde, el despliegue ya se hizo evidente. Efectivos policiales con armas en sus manos irrumpieron en el barrio y comenzaron los allanamientos.

La Jefatura de Policía de Canelones explicaría después que las acciones fueron en lugares puntuales, sitios que habían sido previamente identificados como "bocas" de drogas.

En este operativo y en otro simultáneo realizado en Vistalinda, en la zona de Progreso, se allanaron ayer nueve casas y fueron detenidas 11 personas mayores de edad, dos de ellas requeridas por la Justicia. La mayoría fueron detenidos por asuntos vinculados al narcotráfico. Este tipo de delito fue el norte de la operación, dijeron las autoridades.

Se requisó marihuana (775 gramos) y pasta base (una tiza y varios envoltorios pequeños de los denominados "chasquis"). También la Policía se hizo de un revólver calibre 38, un arma blanca y algunos objetos robados (una moto, matrículas de automóviles y hasta una bordeadora de césped).

Para este operativo la Jefatura de Canelones movilizó a 160 policías (incluido el grupo GEO) e implementó por primera vez un sistema de identificación de huellas digitales que permite conocer rápidamente si una persona tiene antecedentes penales. El aparato fue exhibido por los policías como la gran novedad y hasta había niños que hacían cola para probarlo.

Vecinos. Cuando la policía ingresó al asentamiento, buena parte de sus habitantes dormía, pero muchos otros se vieron sorprendidos ante tamaño despliegue.

"El Tupa" Villalba, un vecino que vive hace más de 10 años en el lugar celebró el operativo, aunque dudó de sus resultados. Dijo que en los últimos meses le robaron la moto y "hasta el pájaro" de adentro de su casa.

Otros vecinos rechazaron la "agresividad" que supone la irrupción de uniformados en un lugar donde también hay niños. Se quejaron de la "mala imagen" que se le genera a un lugar que quiere eludir la etiqueta de zona roja para ser un barrio "digno" en el que viven 200 familias.


Vecinos buscan limpiar imagen

Cuando el despliegue policial en el asentamiento Corfrisa estaba por llegar a su fin, y la tensión inicial se iba disipando, no fueron pocas las voces de vecinos del lugar que se levantaron para criticar este tipo de operativos y sus métodos.

Richard Pons, presidente de la Comisión de Vecinos del asentamiento, era uno de los más críticos. "Está muy bien que se haga esto, pero dentro de los marcos legales, sin que exista prepotencia, No vamos a permitir el atropello. Yo quiero sentarme en una misma mesa con el jefe de Policía para analizar la problemática real de este asentamiento", dijo a El País mientras veía cómo frente a su casa allanaban la cantina del barrio, una precaria construcción que, con cierta ironía, se definía como "centro cultural". Allí se incautó drogas y se llevaron dos personas detenidas.

Pons insistió en que se pretende cambiar la imagen del asentamiento y que "los policías hoy tienen que entender que hay una comisión de vecinos que no permitirá los atropellos".

El vecino también destacó que el asentamiento es utilizado por delincuentes como "refugio" y que los moradores habituales se niegan a ser los eternos "chivos expiatorios".

Destacó, por otra parte, que dentro de unos días se inaugurará en el barrio una policlínica y un centro con biblioteca y computación.

El País Digital

Dijo Pablo Bonavía Párroco de la Parroquia de La Cruz de Carrasco l:A la parroquia llegaba gente aterrada de sus casas. Muchos niños llegaban a sus casas y se enteraban de que a papá lo habían mandado preso, de repente porque no tenía documentos. No creo que sean las formas más eficaces, hay que instrumentar mecanismos de inteligencia y no estos procedimientos
 

Mega atropello en el barrio Marconi (imágenes sin editar Subrayado)

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