miércoles, 22 de octubre de 2014

La revolución agroecológica cubana

No hay ecología sin socialismo


AUTOR: William Yohai
22 de octubre de 2014

 Muchas veces los ecologistas se abstraen completamente de la lucha de clases.
Otras la ubican en un lugar secundario. La causa es que no se hacen conscientes de un asunto clave: Para transformar la realidad en un sentido ecológico y que el hombre pueda vivir en común acuerdo con la naturaleza es imprescindible cambiar radicalmente las relaciones de producción.
Observo con la mayor atención que puedo, por ejemplo, los avances energéticos que tienen lugar en Alemania. Este país capitalista lleva adelante un enorme esfuerzo dirigido a cambiar su matriz energética hacia fuentes renovables; eólica, solar, geotérmica. Y ha cerrado, por lo menos temporalmente sus centrales nucleares.
Algo similar sucede en nuestro país con el desarrollo de la energía eólica. Que, dicho sea de paso, ha encarado una política energética centrada en una fuente renovable desde hace más de medio siglo: la hidroeléctrica.
El problema con el capitalismo es que no puede dejar de expandirse. Y lo hace tanto en lo local-nacional (el producto bruto tiene que crecer en forma permanente) cuanto en lo global: el capital se introduce en aquellos lugares en los cuales aún persisten formas no capitalistas, desde comunidades campesinas hasta relaciones de producción semi-feudales o aún esclavistas. Huelga decir que estos lugares son hoy muy escasos y tienden a desaparecer rápidamente.

Y la expansión capitalista neutraliza los logros en el campo ambiental. Recientemente leíamos que el premio nobel de física fue otorgado a un equipo japonés que desarrolló la tecnología de las lámparas LED. Que quiere decir "diodo emisor de luz" en inglés. Tecnología que permite un ahorro importante (gastan 10 veces menos que las incandescentes y la mitad que las fluorescentes sin los efectos colaterales negativos de éstas que emplean sustancias tóxicas).
Muy ecológico; salvo que un poco después leímos un trabajo que demostraba que en realidad el invento no va a significar una reducción en el uso de energía con fines de iluminación dado que probablemente la reducción del costo provoque un aumento de la producción de luz que neutralice aquella.

Para que el ser humano reduzca su "huella ecológica" es imprescindible que el avance tecnológico se acompañe de la frugalidad. Y ésta es enemiga total y absoluta de la esencia del capitalismo.
El único "ambiente" donde se puede desarrollar realmente un programa ecológico es aquel en el cual se cambia la producción de valor de cambio por la de valor de uso.
Dicho de otra forma los productos dejan de ser mercancías para conservar únicamente su condición de "valores de uso" o sea cosas útiles para el ser humano que se producen y distribuyen con la única finalidad de satisfacer las necesidades de éste. Sin producir ganancias. Para que esto sea posible es imprescindible eliminar la propiedad privada de los medios de producción y desarrollar la planificación.

Y ésta, como decía el Che, es la "ley fundamental del socialismo". Los cubanos se vieron forzados a desarrollar al máximo sistemas agroecológicos para producir alimentos a partir de la crisis en que el derrumbe del campo socialista sumió a la isla.
Pero ninguna crisis capitalista desemboca en un desarrollo de la agroecología. Éstas generan una austeridad (frecuentemente brutal) pero sólo dirigida hacia la clase trabajadora y capas más frágiles de la pequeña burguesía. Y esa frugalidad impuesta brutalmente no implica nunca una reducción de la afectación al medio ambiente porque no se limitan actividades de alto impacto cuya producción se consume en otros lados o sirve a las clases dominantes.
El artículo que difundimos más abajo es ilustrativo al respecto. 22-10-2014 


Cómo convirtieron los y las cubanas su isla a la agricultura biológica

Frédérique Basset
 Traducido del francés  por Beatriz Morales Bastos

Los y las cubanas han realizado aquello con lo que sueñan los ecologistas del mundo entero: desde hace veinte años, la isla se ha convertido a la agricultura biológica. Las claves de este éxito son necesidad, posibilidad y voluntad.
En 1989 cae el Muro de Berlín y dos años después se desmorona la Unión Soviética. Cuba pierde entonces su suministrador de petróleo, de material agrícola, de abonos químicos y de pesticidas. Con la desaparición de la URSS y de los países del Este que compraban sus productos a precios constantes, la isla pierde también unos importantes mercados, sobre todo el del azúcar, un 85% de cuya producción exportaba. Se habían reunido todos los ingredientes para que el país se sumiera en el caos, tanto más cuanto que el bloqueo estadounidense se había estrechado. Empieza para Cuba una nueva era, el «periodo especial en tiempo de paz» anunciado en 1992 por Fidel Castro y que durará cinco años y, dicho con otras palabras, un periodo de grave crisis económica: el producto interior bruto (PIB) cae un 35%, el comercio exterior un 75%, el poder adquisitivo un 50% y la población padece desnutrición.
«No sabían que era imposible, así que lo hicieron» (Marc Twain)
Se hace de la necesidad virtud. La población se lanza a cultivar fruta y verduras para poder satisfacer sus necesidades alimentarias. «Las y los cubanos tenían hambre. Es la población cubana quien dio los primeros pasos ocupando tierras en un movimiento espontáneo», explica Nils Aguilar, director del documental Cultures en transition . Miles de jardines, «organopónicos», florecen en pequeñas parcelas de tierra, en las terrazas, entre las casas, en antiguos vertederos, en medio de solares, es decir, en el menor espacio que quede libre. Además de la agricultura se suele practicar también la cría de animales pequeños: gallinas, conejos, patos, cerdos. «Los actores principales del movimiento agroecológico son los propios campesinos», afirma Dorian Felix, agrónomo especializado en agroecología tropical, en misión en Cuba enviado por la asociación Terre et Humanisme . «Experimentaron estas prácticas, las validaron y las difundieron. Su movilización y la de toda la sociedad civil fue y sigue siendo muy importante».
El auge de la agricultura urbana
Acto seguido el gobierno emprende una transición forzada. La producción de comida se convierte en una cuestión nacional. A partir de la década de 1990, se pone el acento en la producción local, a partir de recursos locales y para consumo local. El Estado distribuye terrenos a quienes quieren cultivarlos y desarrolla una agricultura alimenticia y biológica de proximidad: al no tener petróleo para hacer funcionar los tractores se recurre a la tracción animal; al carecer de abonos químicos y de pesticidas se vuelve a descubrir el compost, los insecticidas naturales y la lucha biológica.
«Es una auténtica revolución verde», confirma Nils Aguilar. «En este país todo el mundo se implica, ¡tuve la sorpresa de escuchar a taxista elogiar las hazañas de la agroecología! Cuba desarrolla una agricultura agroindustrial y demuestra que estas técnicas pueden alimentar a las poblaciones». Hoy la mano de obra agrícola se ha multiplicado por diez. Exmilitares, funcionarios y empleados se han convertido o reconvertido a la agricultura, ya que muchos de ellos y ellas habían sido campesinos antes. Cada escuela cultiva su huerto, las administraciones tienen su propio jardín que suministra verduras a las cantinas de los empleados.
Fenómeno sin precedentes, la agricultura urbana se ha desarrollado como en ninguna otra parte del mundo. La isla cuenta con unas 400.000 explotaciones agrícolas urbanas que cubren unas 70.000 hectáreas de tierra que hasta antes estaban inutilizadas y que producen más de 1,5 millones de toneladas de verduras. La Habana es capaz de suministrar un 50% de fruta y verdura bio a sus 2.200.000 habitantes y el resto lo suministran las cooperativas de la periferia.
Revolución verde a la cubana
En 1994 las granjas de Estado productivistas se transforman progresivamente en cooperativas para suministrar alimentos a hospitales, escuelas y jardines de infancia. El resto de la producción se vende libremente en los mercados. Universitarios, investigadores y agrónomos contribuyen a difundir las técnicas de la agroecología. Una red de tiendas vende semillas y herramientas de jardinería a bajo precio, al tiempo que propporciona a los clientes consejos de expertos. Y en todas las ciudades del país se enseña agricultura biológica por medio de la práctica, sobre el terreno. Mucho más que una simple transferencia de conocimientos tecnológicos se trata de «producir aprendiendo, de enseñar produciendo y de aprender enseñando».
El impacto de esta revolución verde es múltiple: reducción de la contaminación del suelo, del aire y del agua; reciclaje de residuos, aumento de la biodiversidad, diversificación de la producción, mejora de la seguridad alimentaria, del nivel de vida y de la salud; creación de empleos, sobre todo para mujeres, jóvenes y jubilados. También se establece una política menos centralizada, que da más margen de maniobra a las iniciativas individuales y colectivas autogestionadas. La consigna dominante es: «Descentralizar sin perder el control, centralizar sin matar la iniciativa». En las ciudades este principio ha permitido promover la producción en el barrio, por el barrio y para el barrio fomentando la participación de miles de personas deseosas de unirse a la iniciativa.
Cuba produce hoy para su consumo más del 70% de las frutas y verduras, lo que no le garantiza una autonomía alimentaria total, en la medida en que todavía depende de las importaciones, sobre todo de arroz y de carne. Pero, según los criterios de la ONU, «el país tiene un alto índice desarrollo humano y una huella ecológica débil en el planeta». Si mañara cesaran las importaciones de alimentos, los habitantes estarían mucho menos en peligro que los de un país como Francia, que solo dispone de algunos días de reserva en sus supermercados (según el Consejo Económico, Social y medioambiental Ile-de-France, CESER por sus siglas en francés, la región solo dispone de cuatro días de reservas alimentarias).
Ha sido necesaria una crisis para que Cuba descubra las virtudes de la agroecología, de los permacultivos, de la agrosilvicultura e incluso del silvopastoralismo. Aún así, ¿ha logrado la isla su transición energética? Solo en parte. El consumo de petróleo se reanudó en 1993 gracias a (¿o a causa de?) la producción nacional y la ayuda de Venezuela que le proporciona cerca de 110.000 barriles de petróleo al día. Pero se puede apostar que el país ya no podrá dar marcha atrás. Y es que, más allá de la revolución agrícola, las iniciativas individuales y colectivas han demostrado que las y los cubanos podían hacerse cargo de su destino, ¡una verdadera revolución cultural!

Texto extraído del dossier “Plus forts ensemble”de Kaizen 11.



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